Entonces supe que me
había equivocado, que no había sabido leer en sus ojos el sentimiento de amor
que éstos desprendían.
El silencio y la
confusión me cerraron los ojos despiadadamente y no me detuve ni un instante,
dejé que se alejara y me amara en silencio, sin palabras, sin sonrisas…
Su mirada, su misterio
no se descubrían sino bajo la faz de una tierna y bonita amistad con la que
deleitarse y enorgullecerse.
Sí, algo se escondía
bajo su vaga apariencia… Pero no supe darme cuenta hasta hoy.
Ayer estaba ciega y
desorientada en una realidad falsa y enmascarada, ahora lo sigo estando, pero,
tras mi ceguera, puedo advertir una luz tenue y pálida que me ilumina y me
canta en silencio, marcando un compás desconocido y universal… Quisiera seguir
oyéndolo en silencio, mañana y siempre.
Cada una de sus notas
mágicas dice algo nuevo y hermoso y, fugazmente, revolotean en mi mente y se
confunden entre ellas misteriosamente. Es un sueño de melodías lejanas que
juegan con su música, distorsionándola puerilmente y deleitándose felizmente.
Tal vez sea el juego
del amor el que practique el mismo corazón desde su oculto rincón cuando la luz
vence su oscuridad.
Tal vez mis ojos ya han
leído en los suyos aquel secreto intransferible que se ha ido descubriendo
lentamente siguiendo los cortos pasos del amor.
Sé, igual que tú, que
pertenecemos a un mismo espíritu y que ha sido el tiempo el que nos lo ha ido
susurrando al oído.
Sé, igual que tú, que
hemos tardado en darnos cuenta, pero que el tiempo nos ha regalado su más
preciado fruto.
También sé que existió
desde el principio un presentimiento que no éramos capaces de descifrar y de ello
se encargó, desinteresadamente, nuestro amigo el destino.
Aquel sueño borroso y
desdibujado ya era realidad y yo deseaba vivir una realidad infinita.
A ti, D.de tu Espíritu
Afín.
21 Agosto 1994
Olga M. Puig