Aquella noche triste y
soñolienta asaltaron mi mente mil recuerdos lejanos y nostálgicos…
Yo me encontraba
sentada en una triste silla de madera, embriagada por el silencio abrumador que
dejaba oír confusamente el tic tac
acompasado del reloj, allí a lo lejos…
Mi cuerpo, cansado,
reposaba inquieto y trémulo, mientras mi pensamiento huía y alcanzaba
horizontes lejanos e insólitos.
En aquella nueva
dimensión en que se hallaba mi mente, a muchas millas de aquel solitario y
silencioso lugar, se alzaba, mágicamente, tu rostro divino, en el que se
dibujaban radiantes tus resplandecientes ojos negros, propagando su intenso
fulgor entre aureolas color azabache.
Tu recuerdo brotaba
espontáneamente y atraía mi pensamiento enigmáticamente…
Desde aquel lejano y
desconocido lugar, te sentía dentro de mí, cerca, muy cerca, aunque a muchísima
distancia y sabía que tú me escuchabas, que leías mi pensamiento, adivinabas
mis sensaciones y mis deseos, igual que siempre…. Porque nada había cambiado.
Sigo aquí, sentada en
una triste silla de madera, pero ahora mi pensamiento ya ha regresado y, de
nuevo, está aquí, en este melancólico presente que se enmarca en un escenario
grisáceo y turbio donde el silencio sólo deja oír el lento y monótono tic tac del reloj, viejo y polvoriento.
A D.
Olga
21 Agosto 1994