Nunca sabría si aquello
era sueño o era realidad, porque soñaba despierta y vivía una onírica realidad.
Me parecía bonito todo
lo que ocurría, todo lo que decía, todo lo que vivía…pero, sin embargo, temía.
Temía que fuera un engaño, temía que aquel sueño color de rosa fuese un breve
paréntesis en mi monótona vida, que no significara nada más que eso y que no
trascendiera en mi triste existencia.
La duda, siempre la
duda y la incertidumbre me acosan y amenazan mi felicidad, mi tranquilidad, mi
sosiego. Me empujan a la equivocación, a la desconfianza y ante éllas prefiero
no avanzar, no adentrarme en ese mundo desconocido para esta adolescente que
tanto teme ser apaleada y dañada, que huye del dolor y del llanto, que no
quiere tener que equivocarse y reconocer el error cometido, aunque ello suponga
una nueva experiencia con la que nutrir la historia de su vida.
Me duele tener que
dudar y dudar sobre todo cuánto ha de curtir mi inestable adolescencia, temo
equivocarme, temo arrepentirme, temo derrumbarme… Deseo ser feliz y mi
felicidad está ahí, al alcance de mi mano, pero no quiero atraparla
precipitadamente y sentir como se esfuma y desaparece al contactar con mi
desconfiado espíritu, por eso prefiero dejarla escapar y olvidar que la tengo
muy a mi regazo, si luego he de arrepentirme de haberla querido tener sin
pararme a pensar que la verdadera felicidad se cierne sobre ti, aureolando tu
ser, sin dejarse jamás acorralar por nadie. Ella viene a ti, pero tú no debes
ansiarla ni apoderarte de ella jamás, pues puede jugarte una mala pasada y
burlarte sin compasión.
Abre bien los ojos,
amiga, y deja sin más que las mejores virtudes te coronen y definan tu
verdadero yo.
No me defraudes D. quiero
confiar en ti, quiero confiar en mí misma también.
A
D.
Olga
22
Agosto 1994